miércoles, 11 de abril de 2012

MI PRIMERA MISA

Jesús Arboleya Cervera La pupila insomne - 5 abril, 2012 A pesar de que fui bautizado con el nombre que tengo, cuya razón no tuve la curiosidad de averiguar, mis contactos personales con la Iglesia católica han sido muy escasos. Mi padre fue un masón devenido agnóstico y mi madre tampoco practicaba religión alguna. Mis abuelas adoraban a sus santos en casa y aunque una tía llegó a ser una santera famosa, los ritos sincréticos tampoco eran práctica común en la familia. Siempre estudié en escuelas públicas, no tomé la primera comunión, no me casé por la Iglesia ni bauticé a mis hijas, y lo más cerca que he estado de una confesión han sid o las autocríticas dentro del Partido Comunista.! Evidentemente no soy un cubano típico, por lo general más cercano a la religiosidad, aunque mi historia sirve para demostrar las disímiles y a veces contradictorias influencias de nuestra formación ideológica. No obstante, tal distanciamiento no generó desinterés por el catolicismo, ni actitudes de rechazo hacia personas que practican esta religión. De hecho, el catolicismo forma parte de mi propia cultura, lo absorbí en mi barrio, en el estudio de la historia de mi país, en mis gustos y tradiciones y, sobre todo, en mis relaciones sociales. En buena medida tamb ién soy católico, aunque no creo en Dios y rechazo los patrones institucionales que reconocen la supuesta infalibilidad del Papa, promueven ideas que considero arcaicas, incluso potencialmente nocivas para el bienestar humano, y me parece un contrasentido que una religión que tuvo su origen en la lucha de los pobres y se proclama como tal – quiero pensar que por eso los viejos me pusieron Jesús -, abuse del lujo y la ostentación para expresarse y tenga una historia de alianza con los explotadores. Si la virgen de la Caridad del Cobre hubiese tenido el manto de oro y piedras preciosas que hoy la visten, se habría hundido irremisiblemente en el mar y no sería la patrona de Cuba. Esa comunidad cultural fue lo que más me impresionó al as istir a mi primera misa el pasado 28 de marzo en la Plaza de! la Revo lución de La Habana. Me encontré con gente de todos los colores para quienes la Caridad es Ochún; con novios que demostraban más amor hacia ellos mismos que hacia el “Santo Padre” y con viejos amigos comunistas, que aún dudaban del sentido de su presencia en ese acto. También con un trío de devotas practicantes que se quejaban de la ignorancia del resto durante la liturgia, así como con jóvenes católicos que evidentemente disfrutaban proclamar sus creencias, en un clima de aceptación y respeto. Reconocí en el tumulto a connotados “disidentes” y a antiguos dirigentes del país que ya no están en la tribuna. La verdad es que no pude identificar a los peregrinos miamenses, no se si por su parecido a los demás o porque, según me dijeron a causa de las normas del protocolo vaticano, fueron ubicados en un espacio al cual no tuve acceso. No creo que la homilía del Papa generara mucha pasión entre los presentes, quizá fue excesivamente doctrinaria en un ambiente que no ayudaba a la meditación solicitada, pero supongo que esa es su función y esos fueron sus objetivos. No obstante, su llamado al rescate de valores humanos como patrón de la conducta social, tiene, sin duda, una importancia trascendental y constituye, por su propia naturaleza, una crítica al orden mundial vigente. También en Cuba es necesario reforzar estos valores éticos y, ayudar a resaltarlos, constituye una de las principales contribuciones de la Iglesia católica al país en estos momentos. No puedo negar! que mi formación e intereses intelectuales me conducen a priorizar la comprensión del papel político de la Iglesia católica en diversos momentos de la historia, particularmente de la historia cubana. Negar este papel es desconocer la historia de la humanidad y obviar un ingrediente indispensable del proceso de formación de la nación cubana y las luchas políticas del país. Aunque antes en Cuba, y aún en muchos lugares, la Iglesia católica ha promovido partidos y organizaciones políticas, lo que implica el compromiso con ciertos programas y alineamientos específicos, en la actualidad cubana es cierto que no es así. Lo que no implica que la Iglesia no tenga intereses políticos propios y pretenda influir en este sentido sobre la s estructuras gubernamentales y el resto de la sociedad, con el agregado de que la Iglesia católica, a escala mundial, constituye un Estado y actúa como tal. El reto para el Estado cubano y la propia Iglesia católica, es conciliar estos intereses en un proyecto nacional inclusivo, donde ni siquiera son ellos los únicos actores. En ninguna parte, la Iglesia católica, como institución y como Estado, se ha planteado ser aliada del socialismo y en Cuba no lo es tampoco. De hecho, durante muchos años, se declaró su enemiga y fue activa participante en un enfrentamiento feroz, cuyas secuelas aún perviven en ambos bandos. A lo más que se ha llegado, es a afirmar que ahora existen buenas relaciones y un diálogo constructivo entre las parte s. No se trata de un logro menor, tanto es así, que probablemente solo en Cuba exista un diálogo institucional entre marxistas y cristianos. No obstante, continuamos hablando de dos posiciones divergentes, tanto desde el punto de vista doctrinario, como de sus visiones políticas. El cambio de mentalidad no radica en ignorar esta realidad, sino en asumirla y encontrar puntos de conciliación, en un contexto donde las diferencias están dadas. Me parece que, más que una limitante, en esta cualidad radica la importancia del diálogo del Estado con la Iglesia católica en Cuba. Solo los esquizofrénicos de Miami pueden afirmar q ue la Iglesia es cómplice del Gobierno cubano, la legitimidad de este diálogo radica precisamente en que se trata de contrarios debidamente acreditados como tales. Si el Gobierno cubano puede dialogar con la Iglesia católica y encontrar fórmulas de convivencia, puede hacerlo con cualquiera que no atente contra los principios básicos de la soberanía nacional, algo que coincidieron en resaltar tanto el presidente Raúl Castro, como el Arzobispo de Santiago de Cuba, Monseñor Dionisio García. Tal coincidencia resulta capital, porque refleja tanto la esencia de la Revolución cubana, como las transformaciones que! han ten ido lugar en la composición de la propia Iglesia católica en el país. Creo que, por primera vez desde el siglo XVIII, cuando dejó de ser criolla, la Iglesia católica en Cuba puede ser considerada justamente cubana. Ahora son cubanos la mayoría de sus autoridades y sacerdotes y, por tanto, son cubanas sus mentalidades, su cultura y sus aspiraciones nacionales, lo cual facilita el entendimiento, al margen de las diferencias. Un diálogo así podría resultar amplísimo, porque tendrá que desarrollarse no solo entre las partes, sino hacia lo interno de ellas mismas y el resto de la sociedad, incluso la emigración, abriendo espacios participativos en el que todos los cubanos estarían incluidos, y de esta manera encausar un proceso de concertación nacional indispensable para el futuro de la nación. De la ecuación solo quedarían excluidos los que no son patriotas, identificables fácilmente por sus intenciones, sus prácticas y sus subordinaciones. Por estas razones asistí a mi primera misa el pasado 28 de marzo. Algunos podrán decir que no se vale, porque no lo hice convocado por la fe en Dios, ni fue una misa tradicional, pero quizá en esto radicó su encanto. Además no comencé mal, la ofició el Sumo Pontífice, y la escuché acompañado de la gente de mi pueblo, los cuales tienen derecho a creer o no creer en las deidades que les venga en ganas y así y todo estar juntos. (Publicado en Progreso semanal)

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